Antes de la primera semilla

¿Por qué debemos elegir el autocultivo? ¿Para quién sí es y para quién no?

Ing Carlos Bedoya

11/19/20255 min read

Hay gente que empieza un cultivo de cannabis como quien adopta un gato: un día llega a casa una semilla “regalada”, la meten en cualquier maceta, la ponen en el balcón y esperan que la naturaleza haga magia. A veces sale bien. La mayoría de las veces no.

Recuerdo el mensaje de un amigo que vivía en un apartamento pequeño, piso 12, edificio lleno de ventanas. Había germinado tres semillas en cartón de leche reciclado. No había mirado la ley, no sabía qué genéticas eran, no tenía claro si lo hacía para ahorrar dinero, dejar de comprar prensado o “por curiosidad”. Cuando las plantas empezaron a oler, entró en modo pánico: miedo a los vecinos, miedo a la administración, miedo a la policía. Terminó cortando todo antes de tiempo. No hubo flores, no hubo aprendizaje, solo ansiedad.

Ese primer error, más común de lo que parece, se resume en una frase: empezar a cultivar sin hacerse las preguntas incómodas al inicio.

Este artículo va de eso: de las preguntas que vienen antes de la primera semilla. Y de algo que quiero dejar muy claro desde ya: este blog habla de autocultivo, de cultivar para ti, para tu propio consumo, de forma responsable y respetuosa. No es una invitación al negocio ni al tráfico.

                        La ley: el suelo sobre el que se para tu jardín

No hay nada menos espiritual que cultivar con miedo. Por eso el primer paso no está en la maceta, sino en tu ciudad y en tu país.

Antes de comprar semillas, revisar catálogos o pensar en luces, toca saber en qué terreno legal estás parado:
cuántas plantas están permitidas (si lo están), si la ley diferencia entre autoconsumo y tráfico, qué pasa con el porte, si existen figuras de uso medicinal, asociaciones de usuarios o sentencias que regulen el tema.

No hace falta volverse abogado, pero sí es tu responsabilidad informarte. Este blog no es una guía legal, pero sí es una invitación a no mirar hacia otro lado. El autocultivo es un acto íntimo y político a la vez, y empieza por conocer los límites del juego en tu contexto.

Si ya tienes experiencia en cultivo, este punto también sirve como recordatorio: las leyes cambian. Actualizarte de vez en cuando forma parte del cuidado, igual que cambiar el filtro de carbón o revisar el pH.

                         Autocultivo: hasta dónde sí, hasta dónde no

En el lenguaje del cannabis se mezclan muchas palabras: club, dispensario, medicinal, recreativo, autocultivo, venta, donación… A veces se usan como si fueran lo mismo, pero no lo son.

Aquí vamos a hablar de algo muy concreto: autocultivar para tu propio consumo. Eso significa, en términos simples:

  • Cultivar para ti, y como mucho para compartir en contextos íntimos y sin intercambio de dinero.

  • No montar un circuito de venta, ni “recuperar la inversión” a punta de bolsitas.

  • Entender que lo que pasa en tus macetas no debe alimentar un mercado ilegal.

Puede sonar duro dicho así, pero es importante marcar la frontera. El mismo conocimiento que te permite sacar flores sanas y potentes puede usarse para cosas muy distintas. La intención hace la diferencia.

El autocultivo tiene un potencial enorme: te saca del mercado de lo desconocido, te permite saber qué entra a tu cuerpo, reduce riesgos asociados a sustancias adulteradas y puedes adaptar el cultivo a tus necesidades (dolor, sueño, ansiedad, creatividad, descanso). Pero esa libertad va de la mano de una responsabilidad: contigo, con la planta y con tu entorno.

                             ¿Cómo te relacionas hoy con el cannabis?

Antes de pensar en macetas y sustratos, vale la pena un pequeño ejercicio de honestidad. No voy a convertir el blog en terapia, pero sí es un espacio para hablar claro.

Pregúntate, aunque sea mentalmente:

  • ¿Cómo consumo hoy? ¿Fumo todos los días, una vez al mes, solo en fines de semana?

  • ¿Qué calidad tiene lo que consigo? ¿Sé de dónde viene, cómo lo cultivaron, qué le echaron?

  • ¿Uso el cannabis para acompañar momentos o para tapar cosas que no quiero mirar?

  • ¿Cómo se siente mi cuerpo con el consumo actual? ¿Hay señales de que algo no anda bien?

Cultivar tu propia planta no es una varita mágica que resuelve todo eso, pero sí puede cambiar radicalmente tu relación con la sustancia. Hay algo distinto en mirarla crecer, cuidarla, esperar semanas y meses, cortarla con tus manos y curar las flores. El ritmo cambia, la relación con el “pegue inmediato” también.

Pensar esto antes de empezar te ayuda a poner el autocultivo en su lugar: como una herramienta para hacer más consciente tu consumo, no solo para abaratarlo.

                    Elegir una intención: qué esperas de este cultivo

A muchos cultivadores principiantes les pasa algo curioso: montan el cultivo sin tener claro qué esperan de él. Después, cuando toca elegir genética, número de plantas, tipo de luz o forma de abonado, todo se vuelve caótico.

Es más fácil decidir cuando sabes qué estás priorizando. No hace falta que lo escribas en piedra, pero al menos ten una idea clara. Por ejemplo:

  • Tal vez este primer cultivo lo haces para salir del prensado o del mercado gris, probar por fin algo limpio y saber qué estás consumiendo.

  • Tal vez llevas años consumiendo y quieres bajar la cantidad, usar variedades más suaves, ricas en CBD, o floraciones menos agresivas.

  • Tal vez te interesa sobre todo la parte terapéutica: dolor crónico, sueño, ansiedad, apetito.

  • O quizás lo que te mueve es el lado agrónomo y espiritual: ver crecer una planta compleja, entender su fisiología, observar su respuesta al clima, sentir cómo te cambia la relación con el tiempo y la paciencia.

La intención no es un eslogan: es un filtro. Cuando más adelante tengas que escoger entre una sativa altísima y una índica compacta, entre una maceta discreta en el balcón y un indoor más llamativo, entre orgánico e hidropónico, esa intención te ayudará a decidir.

                                 ¿Con quién compartes casa?

El cannabis no vive solo en la maceta; vive en tu casa, en tus relaciones y en tu edificio.

Antes de la primera semilla, piensa:

  • ¿Vives solo, con pareja, con amigos, con familia, con hijos?

  • ¿Hay alguien para quien el cannabis sea un tema delicado, doloroso o conflictivo?

  • ¿Qué tanto estás dispuesto a hablar del tema en casa, y qué tanto prefieres manejarlo en un perfil muy bajo?

No se trata de pedir permiso a todo el mundo ni de justificar tus decisiones constantemente. Pero sí de evitar que tu cultivo se convierta en una bomba de tiempo emocional o en motivo de discusiones permanentes.

A veces la decisión no es “¿cultivo o no cultivo?”, sino “¿cómo y dónde tiene sentido que lo haga, con las personas con las que comparto vida?”.

                                                Un primer límite sano...

Si has llegado hasta aquí, ya tienes bastante más claridad que el amigo del piso 12 que germinó al azar. Has mirado la ley, has separado autocultivo de negocio, has observado tu consumo y tu contexto.

Quiero proponerte un primer límite, muy simple, para esta etapa inicial:

si no te sientes capaz de sostener la decisión si alguien te pregunta “por qué estás cultivando”, quizá vale la pena esperar un poco más.

No porque debas justificarte ante el mundo, sino porque el cultivo exige firmeza interior. Durante los meses que dure, habrá días de dudas, de miedo, de clima raro, de noticias inquietantes. Tener clara tu intención y el marco en el que lo haces te ayuda a atravesar esos momentos sin arrancar las plantas a la primera tormenta.